Imagina por un momento que eres María:
Sabías lo que era una flagelación. Todos lo
sabían. Pero ahora era tu Hijo el que la estaba sufriendo. Veías Su cuerpo desgarrado.

La flagelación sola hubiera matado a Jesús.
Muchos hombres caían exánimes en un charco de su propia sangre. Jesús resistió,
porque aún le quedaban las manos y los pies para el destino de la cruz; pero
sobre todo, porque aún le quedaba amor y capacidad de sufrimiento para nosotros,
los pecadores.
Tú, María, lo sigues camino al Calvario, y
cuando ningún otro se queda al pie de la Cruz, allí estás Tú, junto a otras
mujeres y Juan, el discípulo amado. Contemplas a tu Hijo diciendo sus últimas
palabras y entregándote como Madre de Juan y de todos los hombres.
Quiero pedirte hoy, Madre Santa, que me ayudes a
darle mi “sí” al Señor igual que lo hiciste Tú, a contemplar la
flagelación, a romper en llanto al comprender cuán grande y verdadero es el
Amor que Dios nos profesa; a acompañar a Cristo en el camino a la Cruz,
a no abandonarlo, a no negarlo.
Ayúdame a mirar esos ojos hasta el último
suspiro y a acogerte en mi casa igual que hizo Juan; ayúdame a sufrir con
paciencia igual que Tú sufriste las primeras persecuciones.