El versículo nos relata la ocasión en que Jesús y su madre, María, se encontraban participando como invitados en una boda.
De pronto María, atenta a todos los detalles como solo lo puede estar una madre, se percata que en la fiesta se ha terminado el vino, esa bebida símbolo de celebración y homenaje a la vida.
María sabe que la fiesta no puede verse afectada por tal motivo, así que acude a su hijo para tratar de solucionar el problema.
“Jesús, se les ha terminado el vino” le comentó la mujer a Jesús.
Este le respondió: “Mujer a ti y a mi qué.. sabes que aún no ha llegado mi hora”
Esta respuesta refleja una sola cosa. Que entre Jesús y María existe pleno conocimiento del gran poder del primero y de su capacidad para obrar milagros en beneficio de la humanidad. Sin embargo, Jesús argumenta que la hora de este gran poder aún no ha llegado.
Pero sabemos que ante la petición de una madre, un hijo jamás puede ser rígido. La petición de una madre hacia su vástago siembre viene acompañada con un enorme saldo a favor de ella.
¿Cómo negarse ante la súplica de una madre que se ha abandonado por sus hijos? ¿Cómo decirle “no” a una madre que ha dicho millones de veces “sí” para el beneficio de los suyos? Es imposible y Jesús cede ante la petición de su madre.
Y tras este pequeño y sencillo diálogo entre Jesús y María se presenta el primer gran milagro del hijo de Dios en el mundo… ¡Jesus convierte el agua que se encontraba en unas tinajas en vino!
¡…fue María la que le arrebató el primer milagro para el benéfico de la humanidad al hijo del Creador del universo!
Fue una madre la que nos presentó “al amor hecho hombre” en el mundo. Y este evento se dio de cara a un matrimonio.
Así de importante es María en la historia de la salvación de la humanidad, así de importante es la celebración de un matrimonio para la madre de Dios y así de importante deberá de ser para nosotros la veneración a la madre de Dios.