jueves, 15 de agosto de 2013

Carta de la Virgen María a sus hijos

  Estoy al lado de la Cruz, y desde allí recurro a tu soledad. Tu, que tantas veces me miraste sin verme y me oíste sin escucharme. A Ti, que tantas veces, te distanciaste de las huellas que dejé en el mundo para que no te pierdas. A Ti, que no siempre crees que estoy a tu lado, porque que me buscas sin hallarme y pierdes la fe de encontrarme. A Ti, que piensas que soy sólo un recuerdo y no llegas a comprender que estoy viva. En el principio de tu vida estaba yo, y lo estaré al final de tu vida, porque mi tema preferido es el AMOR.Esa fue mi razón para vivir y para morir. Fui elegida la Madre del Amor. Fui libre hasta el final, como quiero que lo seas tu. Tuve un ideal claro y lo defendí con mi instinto maternal, luchando contra el dolor y la impotencia. Soy maestra y servidora, fiel al mandato que el Señor me dio. Soy sensible a la amistad y espero que tu alma, me regale ese lazo profundo de intimidad. Estoy segura que en tu corazón, tienes un tesoro escondido hijo mio: no tengas miedo de mostrarlo. Te encontrarás a ti mismo y te sorprenderás cuando descubras cuánto tienes aún para dar. ¡Cómo espero verte crecer humanamente: leer a través de la transparencia de tu mirada las necesidades de los otros; descubrir la alegría en todo lo que encares. En definitiva, no verte arrepentido de haberte abandonado al Amor, con las lágrimas y el dolor que eso implica, con la soledad y la renuncia que conlleva, con la incomprensión y la desatención de los más cercanos!.
Recuerda que yo permanezco casi sola frente a la Cruz que tiene a mi Hijo, y que desde ahí, no sé ni cómo ni por qué, aún con mi propia debilidad, recobro fuerzas, y voy en busca de los que el me encomiendo. Por eso, cada vez que sientes que aflojas en tu perseverancia, búscame. Cada vez que te sientas cansado, háblame, cuéntamelo. Cada vez que te creas poca cosa, no te olvides que el Señor me eligió por mi pequeñez y honró mi sencillez. No te canses de pedirme, que yo no me cansaré de darte. No te canses de seguirme, que yo no me cansaré de acompañarte. Nunca te dejaré solo. Y recuerda que como alguna vez le dije a Juan, a ti también te digo: Aquí me tienes a tu lado.

domingo, 11 de agosto de 2013


Madre mía del cielo querida
aquí vengo a tus plantas a orar;
quiero darte, mil gracias, oh Madre,
y mi vida ofrendarte en tu altar.
Cuando el viento azotaba mi barca
abrumada por la adversidad,
fuiste Tú, Madre buena invisible,
suave brisa de amor y bondad.
Eres Tú quien alumbras mi noche,
dulce estrella de mi caminar,
eres Tú quien conduces al puerto
donde brilla la luz de un hogar.
Eres Tú quien vigila mis pasos
y me aparta del fango del mal,
eres Tú quien me vela y me cuida
mientras busco una patria eternal.
Tú jamás abandonas ni olvidas,
Tú eres ya mi refugio y mi lar,
Tú que tienes ternura y esperas
a pesar de mi pobre bogar.
¡Mientras un corazón de tal Madre
siga ardiente en su palpitar, 
será bella y muy dulce la vida
 inundada del gozo de amar!

Sor Mª Teresa de la Inmaculada
Fuente: FF, Clarisas Descalzas (León) 

lunes, 5 de agosto de 2013

Texto del discurso del Papa Francisco durante la Vigilia de la JMJ Río 2013

Queridos jóvenes:
Hemos recordado hace poco la historia de San Francisco de Asís. Ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: reparar su casa. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil y reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo.
También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. ¿Cómo? ¿De qué manera? A partir del nombre del lugar donde nos encontramos, Campus Fidei, Campo de Fe, he pensado en tres imágenes que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra en construcción.
1. El campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Queridos jóvenes, eso significa que el verdadero Campus Fidei es el corazón de cada uno de ustedes, es su vida. Y es en la vida de ustedes donde Jesús pide entrar con su palabra, con su presencia. Por favor, dejen que Cristo y su Palabra entren en su vida, que germine y crezca.
Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. ¿Qué terreno somos o queremos ser? Quizás somos a veces como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en la vida, porque nos dejamos atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos; o como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes y, ante las dificultades, no tenemos el valor de ir contracorriente; o somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22). Hoy, sin embargo, estoy seguro de que la simiente cae en buena tierra, que ustedes quieren ser buena tierra, no cristianos a tiempo parcial, no «almidonados», de fachada, sino auténticos. Estoy seguro de que no quieren vivir en la ilusión de una libertad que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido a la vida. Jesús es capaz de ofrecer esto. Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Confiemos en él. Dejémonos guiar por él.
2. El campo como lugar de entrenamiento. Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que «juguemos en su equipo». Creo que a la mayoría de ustedes les gusta el deporte. Y aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es una pasión nacional. Pues bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? Debe entrenarse y entrenarse mucho. Así es en nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo nos dice: «Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible» (1 Co 9,25). ¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, la vida eterna. Pero nos pide que entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. ¿Cómo? A través del diálogo con él: la oración, que es el coloquio cotidiano con Dios, que siempre nos escucha. A través de los sacramentos, que hacen crecer en nosotros su presencia y nos configuran con Cristo. A través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. Queridos jóvenes, ¡sean auténticos «atletas de Cristo»!
3. El campo como obra en construcción. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra de Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando de vivir como cristianos, experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia; más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia. San Pedro nos dice que somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). Y mirando este palco, vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras, con ladrillos. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; y no como una pequeña capilla donde sólo cabe un grupito de personas. Nos pide que su Iglesia sea tan grande que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a ti, a cada uno: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones». Esta tarde, respondámosle: Sí, también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la Iglesia de Jesús. Digamos juntos: Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo.
Su joven corazón alberga el deseo de construir un mundo mejor. He seguido atentamente las noticias sobre tantos jóvenes que, en muchas partes del mundo y también aquí en Brasil), han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Los aliento a que, de forma ordenada, pacífica y responsable, motivados por los valores del evangelio, sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas presentes en sus países. Sin embargo, queda la pregunta: ¿Por dónde empezar? Cuando preguntaron a la Madre Teresa qué era lo que debía cambiar en la Iglesia, respondió: Tú y yo.
Queridos amigos, no se olviden: ustedes son el campo de la fe. Ustedes son los atletas de Cristo. Ustedes son los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor. Levantemos nuestros ojos hacia la Virgen. Ella nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su «sí» a Dios: «Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Se lo digamos también nosotros a Dios, junto con María: Hágase en mí según tu palabra. Que así sea.