sábado, 4 de febrero de 2012

Iglesia y Legión de María de la mano

Existen semejanzas entre la  vida de la Iglesia y las ordenanzas de la Legión de María, y esto no podría ser de otra manera pues ambas son una misma cosa.

La primera Ordenanza de Legión de María es la asistencia semanal a la junta, es el encuentro con los otros hermanos que formamos la Legión, es en definitiva la ordenanza de la unidad, de reunirnos en familia con Maria. ¿Qué nos dice nuestra madre la Iglesia?: Oir misa entera todos los domingos y fiestas de Guardar. Fijaos que no nos dice nada de asistencia quincenal a misa, o que en verano como somos pocos hay cerrar el templo … y fijaos que además dice fiestas de guardar. Además, ¿No tenemos en la Legión también fiestas de guardar... Acies…?.

Después de la unidad, ¿A que nos alienta la Iglesia?. Efectivamente, a rezar, a tener una vida de oración, de intimidad, de encuentro con Dios….¿No es acaso nuestra segunda ordenanza la ordenanza de la oración, el rezo diario de la Catena?. ¿Dónde sino encontramos las fuerzas?. Y que bien si en lugar de sólo la catena pueden ser además laudes, vísperas y la Misa diaria.

Vayamos a la tercera ordenanza: La realización de un trabajo activo. Mirando a la Iglesia, ¿que surge de la comunidad reunida en oración sino el apostolado? Como veis la tercera ordenanza es una consecuencia lógica de las otras dos anteriores y lógica de cualquier cristiano con sensibilidad y coherencia; el apostolado.

Por último, la cuarta ordenanza fija: Absoluto respeto, por el carácter confidencial, de muchos asuntos tratados en la junta o conocidos en el ejercicio del trabajo legionario. En la Iglesia Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).


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