jueves, 7 de febrero de 2013

                     
En esta entrada vamos a hablar de la vocación. Se entiende por vocación la llamada de Dios para realizar una tarea que abarca la vida entera. La vocación es un don inmerecido que Dios da y que hay que agradecer con frecuencia. La vocación es el ciento por uno, el tesoro escondido que vale más que todas las cosas de este mundo, el Amor con mayúsculas por el que vale la pena dejarlo todo. Con nuestra entrega no le hacemos ningún favor a Dios. 
Dios nos llama una a una, uno a uno, personalmente, por nuestro nombre
Dios no nos llama a granel, sino de un modo personalizado: desea que seamos todos santos, felices en esta tierra y en el Cielo, unidos a la Cruz de Cristo, recorriendo el camino irrepetible de cada uno 
La vocación, por tanto, es al mismo tiempo comunitaria (todos tenemos vocación) y personal (yo tengo mi vocación, una vocación singular). No hay ninguna existencia dejada al azar, olvidada o sometida a un destino ciego. 
Todos somos enviados por Dios. Todos tenemos una misión específica en la tarea de la Corredención.
Dios propone un plan a cada hombre, pero no se lo impone: la libertad del hombre, al aceptar el plan divino, se conjuga misteriosamente con la gracia de Dios. De ese modo, el hombre acaba fortaleciendo y configurando su propia vocación:
Cada persona es un misterio único de amor y de vocación:
“Todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío” (Catecismo de la Iglesia Católica, 864).
“Hermanos, poned el mayor esmero en fortalecer vuestra vocación y elección” (2 Pedro, 1.10).

Y ahora como ejemplo tomaremos la vocación de nuestra Capitana:
               
                      

1 comentario:

  1. Y por experiencia propia podemos decir que encontrar la vocación que el Señor tiene pensada para cada de nosotros, es encontrar la FELICIDAD verdadera. ¡Atrévete a preguntar al Señor!
    Señor, ¿qué quieres que haga?

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