I. QUÉ ES ORAR
Te invito a algo tan sencillo
como vivir la amistad con Jesús y cultivarla en el silencio, en el encuentro
personal … en la oración. Te invito a
conocer el MODO DE ORAR SEGÚN TERESA DE JESÚS.
Como toda amistad, necesita
algunas condiciones para que dure se haga más fuerte. Para llegar a ser orante
necesitas cuidar:
- Tus relaciones con los demás: respecto, amor,
solidaridad, perdón…
- Tu relación contigo.
- Tu relación con Jesús.
Y algo más: “determinada determinación“.
Sólo si comienzas con decisión y entusiasmo, sin importarte las dificultades
(que llegarán), con constancia, encontrarás los frutos duraderos de la amistad
con Jesús.
II. ANTES DE EMPEZAR
Pasamos al momento concreto de la
oración. Si quieres empezar de cualquier modo, puedes encontrar muchas
dificultades. Para “ponernos en situación”, te pueden ayudar estas pequeñas
pautas:
- Busca un ambiente adecuado y silencio.
- Prepara un texto del Evangelio, quizá un
símbolo, un canto o alguna imagen: te ayudará a fijar la atención en Jesús.
- Toma una postura relajada que te ayude a
centrarte, a situarte desde dentro.
- Poco a poco, toma conciencia de tu respiración,
de tu cuerpo, de tu interior para estar en ti sin dispersión..
- Centra ahora tu atención en Jesús, en su
presencia amorosa en ti y en todo.
III. ENTRANDO EN LA ORACIÓN.
Ahora tienes que encontrar tu
propio modo de orar, según tu modo de ser, tu sensibilidad y tu situación. Lo
importante está en volvernos a Jesús, contemplarle y penetrar en su misterio con
ayuda de su Espíritu.
Te pueden servir estas
sugerencias:
- Representarlo vivo en tu interior
- Mirarle adentrándote en alguna de las escenas
evangélicas.
- Contemplar una imagen de Jesús o repetir una
frase breve que exprese lo que quieres decirle.
- Recitar muy pausadamente el Padre nuestro, su
oración, saboreándola.
Es bueno discurrir un rato,
profundizar, comprender… pero esto no debe ser el centro del orar. La amistad
es cosa del corazón…
IV. MÁS ADENTRO.
El centro de nuestra oración es
la persona de Jesús. No importa cómo hayas entrado, la clave está en permanecer
a su lado, dejarte mirar, escucharle, acoger su luz para conocerle a Él,
penetrar en su misterio desde tu propio corazón y dejarte envolver por su
presencia.
“Estate allí, acallado el entendimiento, mira que te mira, acomáñale y
habla y pide y regálate con Él. Pídele que aciertes a contentarle siempre,
porque de él te ha venido todo bien”
Es tiempo de recibir el don de
Dios, de dejarle a Él la iniciativa para obrar, momento también de responder:
una palabra, un gesto, un sentimiento, una petición. Sobre todo, tiempo de
reconocer y agradecer -¡su amor hace obras grandes!-, tiempo de pedir conocer
su voluntad, cómo te sueña Dios en tu vida concreta.
V. ALGO SE MUEVE.
La oración no es un momento, es
un camino. Te irá descubriendo poco a poco quién es Jesús, su misterio, sus
valores, su propuesta, sus sentimientos y el amor con que te acoge y te busca…
Al mismo tiempo, te ayudará a conocerte personalmente de otro modo, quién eres
y cómo vives. Mirar a Jesús y mirarte tal y como Dios te ve y te sueña. No
descuides esto, aunque no sea lo central, porque sólo así podemos vivir en la
verdad. No hay oración sino en la verdad ¡como la amistad!.
También se irá concretando la
llamada que Jesús te hace a vivir en libertad interior, la auténtica que da el
Evangelio. Sean cuales sean tus circunstancias, te invita a vivir con Él y como
Él. Ser orante es vivir el seguimiento de Jesús con todas las consecuencias.
VI. Y ¿DESPUÉS?
Con frecuencia, la oración será
tiempo de paz, de alegría interior, de luz… pero no siempre. Tu momento
personal, tu situación, el cuestionamiento que encuentras en la oración… hacen
que los sentimientos que nacen en la
oración sean siempre distintos.
No evalúes por esto tu oración.
Lo importante es que se produzca el encuentro, que tu actitud sea de atención
amorosa y escucha. Recoge las luces que hayas recibido, agradece la presencia
del Señor y su amor, la sientas o no. La oración es cuestión de fe, de tiempo,
de constancia… y de compromiso.
Mira hacia fuera ¿acaso no
empiezas a verlo todo de otra manera? Los demás, la vida da cada día, lo que
sucede en el mundo tiene ya otros colores, colores de esperanza y de amor.
VII. LA HUELLA DE ORAR
La oración deja huella en nuestro
interior, “deja dejos”. No se trata de tener muy buenos deseos, ni de hacer eso
que llaman “buenos propósitos”. La oración, como la amistad, es sobre todo un
DON, un regalo que, acogido desde el corazón, va haciendo crecer algo nuevo, nos cambia. Y eso se nota por
fuera, son esos “dejos confirmados con obras”.
Todos los sentimientos que puedan
surgir en la oración tienen una importancia relativa. Lo fundamental es que esa
obra de Jesús en ti, unida a tu respuesta, se va reflejando en otro modo de
estar y actuar en la vida con otros valores, otros criterios, otros
sentimientos profundos. Él nos ama sin medida ni condiciones. Amarle no es cosa
de palabras bonitas, “sino servir con justicia y fortaleza y humildad”. Buen
camino.